La corona de las siete leguas
- dianasunta
- 28 abr 2020
- 3 Min. de lectura
Las coronas siempre han reflejado felicidad, riqueza, poder y fantasía. Y en ciertas circunstancias la humanidad ha preferido cambiar coronas de piedra por coronas de felicidad, como se ha presenciado en muchos reinados, al querer abandonar vidas de amores reales por vidas reales de amor.

No obstante la vida nos ha enseñado a través de los años que las ideologías, la ciencia, pensamientos, y a su vez, las definiciones, han sufrido cambios, ya sea por avances tecnológicos y científicos o por comportamientos sociales que inciden, negativa o positivamente en nuestra forma de convivir; y moldean de alguna manera el modo de poseer esos tipos de coronas, llegando a resultar en muchos casos no tan sanas para el hombre.
Muchos de nosotros, en el transcurso de nuestras vidas, hemos querido poseer alguna corona de acuerdo a nuestros anhelos y deseos; y en mi caso, la corona añorada para la tercera edad: sería una corona de serenidad, descanso, viajes playeros, salud llevadera y lo más importante, relaciones felices y amorosas con mi esposo, mis hijos, nietos y mi entorno familiar.
Parcialmente he podido disfrutar de esa corona, y digo parcialmente porque a pesar de que afortunadamente, a mi lado tengo a mi esposo y a uno de mis dos excelentes hijos, uno de ellos buscó nuevos horizontes profesionales en otras tierras, y mi hermosa y adorada nieta se fue también a tierras lejanas a crecer con su nueva familia. Y solamente a través de la tecnología, del pensamiento, sentimiento y del corazón es que hemos podido seguir teniendo contacto afectivo.
Expreso con mucha franqueza que nunca he sentido temor a la corona de la eternidad, pues la vida, el esfuerzo y mi familia me han proporcionado la calidad de vida sencilla y armoniosa, tan deseada en esta etapa dorada.
Sin embargo nunca imaginé que a mis 66 años, la corona del horror, la incertidumbre y la pandemia llegara a impedir el disfrutar de mi tercera edad con esplendor y alegría.
Una corona dañina que sorprendió a todos. Se esparció por el mundo y viajó tan rápido como las Botas de las siete leguas del cuento infantil. Quizás de un solo salto, alcanzó los lugares más lejanos del mundo desde donde se originó; y peor aún, sin esperar a que los afectados se pudieran preparar para frenar tan peligroso virus.
No respetó clase, edad, género, política, profesión, poder y riqueza. Se extendió tan velozmente que apenas nos dimos cuenta de su presencia, y cuando llegó a nuestras fronteras ya se había coronado tan fuerte, que a pesar del tiempo y las barreras para tratar de contenerla, todavía no han podido bloquear su letal estela.
Sin lugar a dudas nuestros balcones y ventanas simulan lupas al reflejar el vacío que se deja ver a través de ellos, percibiendo árboles más grandes, más frondosos y floridos, el sol más brillante dejando un abanico de colores a medida que su puesta se va acercando.; pues la nitidez y claridad de los días por la falta de contaminación, evidencia un cielo más azul y los mares más cristalinos. Y a la par, dejando a la fauna juguetear en los espacios que fueron absorbidos por el desmedido crecimiento urbano.
Mucho más de siete leguas ha viajado el Covid-19. Son incalculables las desgracias y el dolor que ha dejado en muchas familias de todo el planeta y me atrevo a decir que las pérdidas humanas han sido incontables y apocalípticas en su dramático recorrido. Sin embargo, doy gracias a Dios que hasta el momento no ha alcanzado a ningún miembro de mi familia y en espera de que no lo logre.
Todas las previsiones indicadas por los expertos de la salud y por las personas involucradas en su lucha (a los cuales aplaudo de pie) para contener esta dañina y pesada corona de las siete leguas, son constantemente respetadas por los miembros de mi hogar; más la incertidumbre, el temor y la angustia, han sido diariamente los más fuertes aliados para evitar que el corona virus llegue a nuestro entorno familiar y empañe lo que ha sido una vida relativamente feliz a pesar de las enfermedades y dificultades que hayamos podido enfrentar.
No me queda más que esperar los designios de Dios y de la ciencia, pues a través de los años han librado infinitas batallas y me niego a pensar que esta vez no triunfarán. Y para finalizar la experiencia de lo vivido hasta ahora en estos tiempos de contagio, seguiré navegando en la barca del tiempo en espera de poder ver la solución tan deseada por toda la humanidad, y mientras el tiempo pasa, les puedo asegurar con mucha fe, que jamás dejaré de usar la corona de la esperanza.
Diana A Meléndez P Email: dianasunta@gmail.com Instagram:dianamelendez7311
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